9/24/2008

Hold me, thrill me, kiss me, kill me

No hay nada como la sensación del instante previo al primer beso que se comparte con alguien que -al menos- se desea locamente.
Casi siempre que deseo es locamente, así es que las esperas me sientan eternas. Si me pongo a pensar seguramente llegue a la conclusión de que dentro de mi propia experiencia hay excepciones, lo que prueba que no es regla universal eso de que la longitud temporal las hace más especiales. Quizás incluso el mismo beso, a diferente hora del día, tenga otro sabor. Lo que sí sé es que siempre es sólo con los primero primeros, ese instante previo a que los labios se toquen por primera vez, mientras los cuerpos se acomodan y you're going through that perfect set of motions, que por más torpe que sea es siempre coreográfico, lleno de adrenalina y de esa sensación de instante-milagro en el que lo que se desea por sobre todas las cosas está a punto de volverse realidad.
No es que me haya vuelto loca y esté planeando inaugurar una flamante Fase de Peleas con A., pero me animo a admitir un fenómeno peculiar: no fue sólo con ese primer beso que me lo hizo experimentar.
Hubo dos discusiones en las que pasamos varias horas juntos pero a kilómetros de silencio, sin tocarnos, noches de sueño peleado que afortunadamente no fueron (ni por lejos) las más angustiosas ni desagradables de mi vida. Sin embargo y para mi sorpresa, volver a su abrazo me trajo en el pecho, una vez más, por milésimas de segundos, esa sensación de momento milagroso (es que no hay otras palabras), como de estar tirándome a una pileta calentita que me envolvía despacito de calma y contención, como si después de estar andando y andando volviera a encontrar mi lugar.


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